Misión Callejera

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El Hermano Paul cuida de los marginados en Filipinas

— Por Jim Zabransky SVD

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Cuando comenzó su vocación, el Hermano Paul Bongcaras SVD no imaginaba que trabajaría con niños de la calle y pobres en su país natal, las Filipinas.

Mientras estudiaba orientación y consejería en Cebú, una ciudad al sur de las Filipinas, el hermano Paul encontró tiempo para trabajar con niños de la calle. Se trataba de niños, en su mayoría varones, que estaban abandonados, sin hogar o producto de familias desintegradas.

El Padre William Liebert, SVD, Misionero del Verbo Divino de Kansas, se enteró de la labor del Hno. Paul con estos niños. En 1977, lo invitó a ir a Papúa Nueva Guinea para comenzar 15 años de ministerio con aquellos a quienes la sociedad llamaba "sinvergüenzas". Pronto se convirtió para ellos en un "hermano mayor".

Al regresar a la ciudad de Cebú en 2001, el Hno. Pablo volvió a visitar a los que estaban en las calles. Descubrió que los niños abandonados necesitaban comidas saludables. Junto con los voluntarios, el Hno. Paul compró una casa que se convirtió en la Cocina Comunitaria para Niños. Fue la primera casa de la ciudad destinada a niños abandonados.

Al principio, se servía el almuerzo a entre 30 y 40 niños diariamente. El programa pronto se expandió a desayuno y cena. Con el tiempo, a varios niños se les proporcionó un lugar donde dormir y la oportunidad de ir a la escuela.

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A principios del año 2000, el Hno. Pablo vio la necesidad de evitar que la gente de las calles fuera explotada por el tráfico de personas. En colaboración con trabajadores sociales, el Hno. Paul estableció un sistema de vigilancia para intervenir cuando un presunto traficante se acercaba a una persona vulnerable.

Este equipo también estableció un programa para ayudar a las víctimas y sobrevivientes de la trata, ayudándoles a satisfacer sus necesidades de supervivencia, incluyendo buena salud y educación. Quienes fueron rescatados, a su vez, recibieron capacitación para ayudar a otros que fueron rescatados de la trata. Este programa aún sigue en funcionamiento.

El consumo de drogas es también un flagelo para quienes viven en las calles, quienes son marginados y explotados. El Hno. Paul creó una versión local de Narcóticos Anónimos donde los usuarios pueden reunirse para recibir apoyo y compartir sus historias. Muchos de ellos, a su vez, van y ayudan a otros.

La violencia es otro problema importante en la ciudad. El Hno. Paul se enteró de un programa llamado CNV (Comunicación No Violenta). Presentó este programa como una nueva forma de vida para prisioneros, ex prisioneros, personas que viven con VIH, niños de la calle y familias. También se capacita a quienes sirven a la comunidad, como trabajadores sociales, educadores, administradores escolares, estudiantes, policías y padres. Superar la violencia mediante la comunicación pacífica es una prioridad para todos los Misioneros del Verbo Divino.

Me uní al Hno. Paul durante una de sus visitas nocturnas a la gente en la calle. Llevamos una bolsa de 100 galletas para los niños. Al enterarse de que íbamos, se alinearon esperando ansiosamente nuestra llegada. Después de cinco minutos, todas las galletas se habían acabado, al igual que los niños. Aun así, el Hno. Paul continuó su ministerio. Tuvo una larga conversación con una mujer y su hijo pequeño y luego con un hombre discapacitado sentado en una silla de tela a lo largo de la carretera.

El Hno. Paul no solo da comida, sino también su amistad. No juzga, sino que ofrece amor y aceptación a quienes podrían ser rechazados por la sociedad. Es un recordatorio profético de Jesús, el hermano, quien dijo a sus seguidores: «Y todos ustedes son hermanos» (Mateo 23:8). Ese podría ser el mayor regalo del Hno. Paul.

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